Los poemas que el Coyote le escribió al Correcaminos – 2018

Cierta vez un amigo me dijo que el Coyote siempre se equivocaba, siempre volvía a caer en la misma trampa y nunca se arrepentía. Recuerdo haberle dicho que sí, que tenía razón. Pero después me di cuenta de que no. Que el error del Coyote, en todo caso, sería dar marcha atrás, o algo más triste todavía: alcanzar al inalcanzable Correcaminos de una buena vez. Mientras tanto, es fiel a sí mismo, a su deseo, a la única realidad que es su propio deseo, como diría ese hermoso Coyote de la lírica que es Luis Cernuda.

La cuestión es que un día, entre explosiones y trampas, comprendí que el destino del Coyote era también el mío. Escribir, sin cansarme nunca, interminables poemas de amor, sabiendo que la felicidad está en escribirlos y no en una posible recompensa. El deseo como una fuente de felicidad en sí misma, sin la cual el mundo que nos rodea sería plano y no tendría ningún valor.

Es más: acaso todos los libros que escribi después (Fiel a una sombra, Adoro, Yo soy aquel, Chicos malos…) podrían llamarse, sin cambiar nada sustancialmente, igual que éste: Los poemas de amor que el Coyote le escribió al Correcaminos. Todos y cada uno de ellos, como una lenta y solitaria escritura de Coyote, que no ve en sus acechanzas un error sino un consuelo y una forma de verdad.

Al principio, estos poemas tardaron mucho tiempo en ser publicados (20 años exactamente). En algún momento llegué a pensar que eso nunca sucedería. Que la fatalidad del Coyote, tanto en su vida como en su obra, se cumpliría a rajatabla. Pero me equivoqué. El libro finalmente conoció la luz, y desde entonces, las reediciones se sucedieron con un éxito que no deja de sorprendernos, al Coyote y a mí, acostumbrados como estamos a perseguir, más que a ser perseguidos.

Eso sí: nunca hasta ahora el Coyote tuvo su propio libro de poemas. Y mucho menos un libro tan hermoso, tan cuidado como éste. Yo creo que se lo merecía. A la larga o a la corta, si el cruel amor no lo permite acariciar el bello plumón de su amigo, que acaricie este libro.

A veces me lo imagino en su propio desierto de Coyote, tomando unos mates y haciendo pasar, muy lentamente, cada una de estas páginas. A veces levanta la cabeza, mira la luna y piensa que, a lo mejor, no estaba tan equivocado como parecía. A lo lejos, el zumbido de ese animal hermoso, con su plumaje de viento, acercándose o alejándose, según el ritmo de su corazón.

Osvaldo Bossi