Sin que me diera cuenta yo – 2021

Sin que me diera cuenta yo, de Osvaldo Bossi

La escritura, como un amor.

Sin que me diera cuenta yo, de entrada, nos lleva a la música. No sólo a ese parentesco que poesía y música han tenido desde siempre. Aquí, los lazos son explícitos: Los títulos de los poemas fueron tomados de canciones, y cada poema es, a la vez, una versión, un cover de esas canciones populares de amor.

La galería de compositores de las canciones inspiradoras va de Marilina Ross a Leonardo Favio, de Celeste Carballo a Violeta Parra, de Elton John a los Beatles, de Armando Manzanero a Homero Expósito, además de Gilda, Rodrigo, Mina, entre muchos otros, en cuyas letras el autor encontró un clímax que detonó en los poemas.

Así, este libro es una suerte de playlist poética que nos hace viajar a través de las innumerables estaciones del amor y por las tribulaciones de un enamorado que canta. Osvaldo Bossi, como solista y voz líder del héroe sentimental, nos cuenta historias de amor, pero su lenguaje es el de la poesía, entonces nos cuenta, cantando, los encuentros de esos dúos o duetos amatorios que protagonizó.

Y lo hace usando estrategias poderosas y conmovedoras: La inmediatez de la anécdota, la ternura, la inocencia sabiamente ensamblada con la experiencia, cierto dramatismo atenuado o veces por el humor y la ironía, o el sentido común que asoma, como al rescate, en contrapunto a los delirios de la pasión y la efervescencia del deseo.

No sería extraño que al leer estos poemas el lector escuchara, como me pasó a mí, un recital íntimo, un acústico que da pie a la confesión de alguien que se pregunta y se responde, monologa implicando otras voces: las de sus muchachos objetos del deseo Y otros, suenan las canciones que ellos escuchan, una banda sonora elegida para esa Love Story.

¿Pero cuál es la naturaleza del amor que aparece en estos poemas? Es una naturaleza mutante: El amor perdición, el amor pesadilla, el amor infierno, el amor remanso, el amor salvación. En el comienzo de Puerto Pollensa, de donde sale el título del libro, hay una clave: El miedo es impedimento para el amor, y sobre esta dualidad el autor vuelve.

En Anochecer de un día agitado, agradece, casi en oración, la posibilidad de amar y asi borrar el miedo para siempre. Más adelante, refuerza la idea con un hallazgo: “No tengas miedo… El miedo, casi siempre, es amor”. Y esta frase suena a una de esas Batiadagias, especie de decálogo de escritura, en las que Osvaldo comparte su experiencia, con notas de humor, en un simulacro de diálogo entre sus admirados Batman y Robin.

El escenario es lo cotidiano, donde todo sucede natural, y a veces, fatalmente, con la frescura del habla coloquial, el soplo de un encuentro inesperado en una esquina, en un bar. Esa irrupción de lo casual que salva los días de la costumbre, la melancolía, la soledad o de una ausencia. Pero el verdadero territorio de revelaciones es el cuerpo amado y amante, y es allí donde quedan las inscripciones, los tatuajes, las huellas indelebles de la emoción, lo que te toca, en la piel y como destino, y es incierto, contradictorio, inmenso, según el poema Bajo el cielo azul de Puerto Montt.

O el comienzo de No puedo quitar mis ojos de ti: «En cada roce, por leve que sea, / otro tsunami se desata / en mí”. Y que a veces se vuelve insoportable hasta la necesidad de querer borrar cada parte amada: «Sobre todo eso, borrara /hasta tus huellas digitales, en Una luz cegadora, un disparo de nieve. Pero sabiendo, en realidad, «Que el amor no se borra del mundo/as como así», en En vez de maldecirte con justo encono.

Escenas con un tono de desmesura shakespeareana de barrio: “Salí al balcón y le pedí a la luna / que no volvieras nunca más” (Cómo lograr que quieras escuchar). Expresiones rotundas y reiteradas, a lo Idea Vilariño: «No, ya no. O esa certeza de un origen, en los versos: «Primero fui, después me hice, me canté a mí mismo, que deja en el aire un saludo whitmaniano. (No imaginás cómo de nosotros han hablado).

No es casual que la reciente obra reunida de Osvaldo Bossi (1988-2019) se titule Única luz del mundo, un verso de Luis Cernuda que alude justamente al amor, tema recurrente en su obra y en el cual se detiene ahora, una vez más.

«Amar es un trabajo interminable, a tiempo completo, dice el autor en un poema y es como si hablara de la escritura. El resultado son estos poemas que parecen salir así, «sin que se diera cuenta él», pero esa naturalidad tiene un tono, un ritmo, que sólo puede lograrse con un oficio entrenado en el conocimiento disfrute del lenguaje. Ese cuerpo, también amado.

Cada poema es una cajita de sorpresas y de música. Una artesanía de pequeños gestos, hipérboles para la obsesión, preguntas retóricas y diminutivos deliciosos, que piden la intimidad de un rincón, la penumbra, la escucha con auriculares, como si se tratara de una canción.

«Un poema que vuele / urgente / hasta tu casa. / No importa si lo leés o no. Este es el comienzo del libro y no puedo evitar ver porque la imagen se impone-, un avioncito de papel, cargado de versos y corazones con flechas, de esos que lanzábamos, de chicos, directo a los ojos para que, al menos, hicieran pestañear y nos dieran una señal.

Así llegan los poemas de Osvaldo, y apuntan al centro del pecho. De fondo, suena Silvio Rodriguez: «Te doy una canción como un disparo, como un libro, una palabra… como doy el amor”.

Stella Maris Ponce