
Un niño muerto de frío, un robot, un niño que in venta su propia máquina del tiempo, un fabulador, un niño al borde de la muerte y otro que se alimenta de sangre… y entre todos ellos, este niño que nos cuenta acerca de otros niños desde su (diferente) condición social y familiar y desde su deseo también diferente. Ese niño a veces llamado Os y otras veces Osvaldo y otras veces El Capitán, que produce la ilusión de lo estrictamente autobiográfico.
Como aquellos conmovedores poemas relatos sobre El muchacho de los helados, estos cuentos giran en torno al descubrimiento del deseo, un deseo cargado de ingenuidad que sorprende a quien lo sien te, repleto de amor por ese otro admirado, por fin des cubierto. Es ese tono menor, esa lengua siempre lejos del saber y del saber hacer, esa mirada de candoroso fracaso, más la nula pretensión de impresionar a su lector, lo que vuelve encantadores a estos cuentos sobre el despertar a la vida, la amistad, la ausencia de un padre y sobre todo la inmensa necesidad de ser amado, necesidad por la cual se está dispuesto a hacer lo que pidan, como bien se ve en el cierre del cuento con que finaliza el libro.
Tal vez porque, como quería Pavese, estamos ante un narrador que intenta contar asuntos más grandes que él, Bossi nos conmueve por izquierda, en et más sencillo y puro arte de contar. La enfermedad, las diferencias sociales, los bordes de la muerte, los secretos e inventos en la infancia, los personajes de historieta, la crueldad y la fantasía se miran desde ese estupor tan difícil de atrapar, mundo en el que nuestro escritor se desplaza con el desparpajo de los inocentes. Camina con gracia por los bordes del realismo el relato de vampiros, la ciencia ficción o el fantástico sin entrar en ninguno de esos esquemas, en la búsqueda de un lenguaje despojado de «literatura», desnudo de retórica, para provocarnos la sensación de ser confidentes de algo que se nos cuenta al oído, un secreto no exento de dolor y sin embargo pleno de belleza.
El libro está lleno de epifanías. Su cuerpo, cuan do se abre la camisa y se baja el pantalón, es amargo y es dulce. ¿Todas las criaturas del mundo son así, y yo no me di cuenta?, porque en el universo imagina rio de Osvaldo Bossi ni el abuso, ni el desprecio, ni el olvido ni la provocación, ni la falta de un padre, ni la condición denigrada de una madre, constituyen en sí mismos dolor, tragedia, sino que todo corresponde al increíble asombro de vivir, al desconcierto que el mundo provoca con sus maravillas y sus horrores. No hay juicios ni moralismo, sino constatación de lo que ha sucedido sin que el narrador lo esperara, como un regalo que se acepta en su dolor o en su bonanza. dádiva de personajes que emanan un tufillo dulce y amargo, de niño recién nacido y de anciano que está por morir. Las dos cosas al mismo tiempo.
María Teresa Andruetto
