
La poesía es una ventana para decir el mundo, agujerito en la pared de la cocina, tarde soleada y mate cocido, una madre barriendo las hojas del patio, un chico que escribe sin ocupar/ toda la hoja. A su lado, codo con codo, un hombre que pisa los sesenta se pregunta cómo se habita la infancia, con qué palabras se nombra la ausencia.
Agüita clara es el primer libro que Osvaldo Bossi publica luego de Única luz del mundo, su poesía reunida, y con él marca un giro. En el suave oleaje que mueve estas páginas, los poemas se abren en la noche como pequeñas islas: la casa cubierta de luz, el fantasma del padre, el amor entre chicos, los límites del cuerpo, el sueño y la memoria, la escritura como puente entre todas las cosas.
La voz profunda, oceánica del poeta tiene una fuerza que no nace de ninguna solemnidad ni de fuegos de artificio en el lenguaje, sino del ritmo de sus versos, del arte del diminutivo, del lento y delicado pulido de palabras que pone a brillar/ como piedritas, en la vereda. Esta voz oscila entre pasado y presente, pero no echa anclas en ninguno. Es camalote que se mece en el río de una vida. Ser niño fue algo/ hermoso (todavía lo es)./ Ser joven, lo mismo, dirá. Y en esa ambigüedad, en ese juego infantil, en ese irse-quedándose, lo que extiende sus raíces es la mirada sobre el propio yo, ese caer adentro de sus ojos como en un pozo.
No es un adulto recordando su niñez; quien habla es un niño en un cuerpo de grande. Es la mirada, fascinada y atenta, de quien ve las cosas por primera vez, con ese despojamiento que da la inocencia. Leo este libro y escucho a Bossi decirnos: ¿qué es la poesía sino un acto de felicidad?
Agüita clara es bocanada de aire fresco en la vida de un poeta, un pequeño manantial de agua helada en el patio de la infancia, y Osvaldo sigue siendo ese chico hermoso y delicado que abre su cuadernito/ de noche, de nube y escribe, escribe… y que ya nunca estará solo.
Washington Atencio